lunes, 19 de septiembre de 2016

Participar, como Iglesia, de las marchas populares


En las grandes ciudades, podemos ver todos los días marchas, actos, entre otras manifestaciones. En las ciudades más pequeñas no es algo tan cotidiano, pero los medios nos muestran asiduamente lo que pasa en  las grandes urbes.  No solo desde la pantalla, también muchos de nosotros hemos acompañado estos hechos por el reclamo de una causa particular o conmemoración de una fecha significativa de nuestra historia.
Sin embargo,  muy pocas veces hemos visto que participemos como Iglesia.  ¿Por qué será que no participamos de los gritos que exigen justicia, memoria, pan, techo, trabajo? Hay multisectoriales que aúnan todo tipo de organizaciones; las cuales difiriendo entre sí, no dudan en unirse en un reclamo o reivindicación de una causa justa.  ¿Por qué no podemos formar una columna, que muestre esa Iglesia que nace desde abajo? ¿Por qué nos parece lejano participar como grupo, como movimiento en una marcha, en un acto? No dudamos que muchos decidimos participar individualmente, pero nuestros espacios pastorales no son individuales,  sino esencialmente comunitarios.
Los Obispos en  Aparecida  nos recuerdan que “de nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación” (DA N°394). Este acompañar creemos que no es solo de sentimiento o palabra, es “estar con” en los momentos donde se juega a la vida, en donde se hacen visible los reclamos, las luchas, es estar en la calle. Allí podemos realmente lograr, como canta León Gieco,  “la comunión de los que pensamos parecido”. Quedarnos exclusivamente en las diferencias, en las particularidades de cada sector, es hacer oídos sordos al mandato de la unidad.  Ser sujetos de la historia implica meternos en ella y estar dispuestos a embarrarnos de pies a cabeza. Conscientes de que si nosotros no decidimos por nuestro futuro, otros tomarán esas decisiones y, quizás, nunca lo sepamos. Es la misma historia que nos enseña que muchas luchas se han ganado en la calle y, aunque algunas no han sido victorias  –es imposible no recordar a los jóvenes que reclamando por el boleto estudiantil, fueron secuestrados en la llamada “Noche de los Lápices” –  nos demuestran que puede dejarse un legado mucho más grandes para las generaciones futuras.
A esto se refirió Francisco en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, allí decía: “¡Me alegra tanto! Ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos Ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro”[1] . Pongamos sobre la mesa esta cuestión en nuestros espacios, profundicemos este encuentro.  No caigamos en el encierro y el egoísmo pastoral, nuestra participación se torna inminentemente necesaria, para que podamos ser verdaderamente Iglesia, es decir, Pueblo de Dios, que camina y lucha por la búsqueda del Reino y su justicia (Mt. 6, 33).




CULTURA DE BARRO






[1] Discurso del Papa Francisco en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia),  2015

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